Posiblemente si os preguntara por el significado de la palabra emoción, nos quedaríamos un rato en silencio pensando que términos son los adecuados para definirla. Cuando hablamos de las emociones, todxs creemos saber de qué se trata, pero a la hora de explicarlo, no lo tenemos del todo claro.

Si nos detenemos en su raíz etimológica, la palabra “emoción” deriva del verbo latín “emovere”, que significa “moverse hacia”. ¿Qué nos sugiere esto? Que en toda emoción hay implícita una tendencia a la acción. Todas las emociones, como decía Goleman, son impulsos que nos llevan a actuar.

Según los expertos, existen ciertas emociones básicas o primarias, universales, y en base a ellas, surgen el resto de emociones infinitas. Se trata de las siguientes: la ira, la tristeza, el miedo, la alegría, la sorpresa y el asco.

La influencia que ejercen las emociones es grandiosa. De hecho, son varios los sociólogos los que subrayan que existen determinados momentos críticos en nuestra vida, dónde la emoción toma el mando sobre la razón. Como se expone en el libro Inteligencia Emocional, disponemos de dos estructuras en nuestra mente: una emocional (la mente que siente); y la mente racional (la que piensa).

Por lo general, estas estructuras o mentes se organizan, de forma que trabajan conjuntamente de manera equilibrada. Pero ante determinadas circunstancias intensas, la emoción se dispara, nos desborda, y es entonces cuando el cerebro emocional toma el control de la situación, dejando a un lado la razón. Cuanto más potente, fuerte, sea la emoción, más impotente es la razón.

Os muestro a continuación varios ejemplos:

Ejemplo 1: Imagínate qué estas de viaje y mientras paseas por zonas boscosas escuchas de repente un fuerte ruido, similar al de un animal pero no consigues visualizar a ninguno. Tu cuerpo empieza a reaccionar aumentando la frecuencia cardiaca, sientes que el corazón se te dispara, tus sentidos están en alerta y sientes que estas ante una amenaza inminente de peligro. El miedo ha aparecido y es entonces cuando, aún sin verlo, empiezas a correr sin rumbo.
En este caso el miedo se ha apoderado de la razón. Ni siquiera hemos visto si realmente había un animal salvaje cerca nuestra, pero ante el posible peligro, la emoción nos predispone a la acción.

Ejemplo 2: Estamos conduciendo hacia el trabajo, vamos tarde y justo el coche que está enfrente del nuestro se para y enciende los intermitentes de emergencia. Es imposible que lo adelantes ya que en el carril contrario hay atasco. Esperas un poco, pero la situación no cambia. Empiezas a ponerte de mal humor, aumenta tu ritmo cardiaco, el corazón se dispara y las hormonas que generan energía, también. Empiezas a pitar encarecidamente, bajas tu ventanilla y comienzas a gritar e incluso a insultar a la persona.
En este caso, el enfado se ha apoderado de la razón. Ante esa circunstancia, ni siquiera te has parado a pensar si esa persona que se ha parado tiene un problema.

Ejemplo 3: Una madre que tras varios intentos para que su hijo recoja los juguetes, sigue sin hacerlo. La paciencia disminuye y la tensión aumenta provocándole bastante irritación. Emoción que la hace estallar, gritar con gran furia. A pesar del llanto de su hijo tras esa conducta, ella invadida por esa emoción, es incapaz de acercarse a su hijo y consolarlo, más bien todo lo contrario.

Ejemplo 4: ¿Quién no ha hecho alguna locura por amor? Al enamorarnos, las emociones que sentimos cogen bastante fuerza y tienden a hacerse cargo de nuestras decisiones.

Como veis, existen millones de situaciones en las que las emociones agarran la situación por los cuernos y nos hacen actuar, sin ni siquiera detenernos un segundo a pensar. Según Paul Ekman, “esta velocidad en la que las emociones pueden apoderarse de nosotros antes de que seamos plenamente conscientes de lo que está ocurriendo, cumple con un papel esencialmente adaptativo: movilizarnos a responder ante cuestiones urgentes sin perder el tiempo en ponderar si debemos reaccionar o cómo debemos hacerlo.”

Es importante señalar, por tanto, que no existen emociones buenas o malas. Todas ellas son adaptativas. Cada una de ellas tienen su función, y preparan a nuestro cuerpo para manifestar un tipo de respuesta distinta.

Por ejemplo:  ante la emoción del miedo, nuestro cuerpo actúa retirando la sangre de nuestro rostro (dando así explicación a la palidez), haciendo que fluya hacia las piernas por ejemplo para favorecer la huida. ¿Cuál es su función? Alertarnos de un peligro, y hacer que nos protejamos del mismo.

En la sorpresa, nuestras cejas se arquean, aumentando así nuestro campo de visión y proporcionando más información sobre un acontecimiento que no esperábamos. ¿Cuál es su función? Mantenerte en alerta ante la llegada de algo inesperado.

Cuando nos sentimos tristes, como por ejemplo ante la pérdida de un familiar o ante un despido repentino, nuestra energía se reduce a niveles considerables, al igual que el entusiasmo por realizar ciertas actividades. Esto nos ayuda a hacer introspección, mirarnos por dentro, a pensar en lo ocurrido, a valorar las consecuencias, a reflexionar, para que cuando se retome la energía, podamos arrancar motores de nuevo.

Recordad: No hay emociones buenas o malas. Todas son adaptativas.

Estas tendencias de las emociones a promover la acción, ya no sólo conductual sino también física, son esculpidas por nuestras experiencias vitales y por el entorno social en el que vivimos. Lo que despierta una emoción puede variar en una u otra persona. Quizás a mí me da vergüenza hablar en público y a ti te da vergüenza hacer topless en la playa. Con esto quiero decir que lo que me da vergüenza a mí, no tiene por qué ser lo mismo que lo que te da vergüenza a ti.