Según los expertos, existen ciertas emociones básicas o primarias, universales, y en base a ellas, surgen el resto de emociones infinitas. Hoy nos centraremos en la ira, una de estas emociones básicas.

Cuando hablamos de ira, por lo general, nos vamos directamente a sus connotaciones negativas, sin caer en la cuenta que su función principal es llevarnos a actuar. A decir verdad, no es el tipo de emoción la que nos genera problemas en sí, sino la intensidad con la que la vivimos y la incapacidad de gestionarla. Es decir, podemos llegar a sentir mucha alegría y expresarla por ejemplo besando a alguien haciéndole sentir incómodx o podemos golpear una puerta ante la emoción de la ira hasta hacernos daño, o insultar a alguien hasta hacerle llorar.

¿Cuándo surge la ira?

Cuando nos referimos a la ira, hablamos de aquella emoción que surge en el momento en que alguien o algo “se cruza” en nuestro camino, movilizándonos a eliminarlo, además de motivarnos para echar el freno o para cambiar una situación que nos parece injusta.

Por lo general, mostrar esta emoción no está bien vista, socialmente hablando; de hecho, nos enseñan desde bien pequeños a no exteriorizarla (aunque esto, desgraciadamente, no solo ocurre con esta emoción). Sin embargo, hay situaciones en las que no podemos evitarlo y nuestra ira estalla.

Como siempre digo, no hay emociones ni buenas ni malas, por lo que la ira también tiene su función adaptativa, y surge ante situaciones en las que nos sentimos amenazadxs, frustradxs o tratadxs injustamente. Existen varios factores que pueden desatarla, como por ejemplo la inseguridad, los celos, la envidia, la falta de control, etc. Por otro lado, nuestro estado de ánimo también influye, ya que estar cansadxs o estresadxs puede hacer que estemos más irritables.

En muchas ocasiones la ira se usa como medio para obtener un fin. Las conductas motoras y psicofisiológicas que se generan ante esta emoción, surgen con el objetivo de conseguir algo, cuando de manera calmada no lo hemos conseguido. También puede ser derivada de un largo periodo de silencio, es decir, cuando llevamos mucho tiempo aguantando una situación dañina o injusta. Al final, de tanto callarnos, acabamos estallando a la primera de cambio, quizás por algo incluso carente de sentido, pero que realmente no reaccionamos ante ese hecho, sino a todo lo ocurrido con anterioridad. Y por otro lado puede aparecer como defensa ante un ataque por ejemplo. Posiblemente, si nos basamos en las intenciones que creemos que los demás tienen, en lugar de basarnos en hechos objetivos, caemos en una ira poco justificada, llegando a tener reacciones desmedidas.

¿Cómo se manifiesta?

Ante un arrebato de ira, no le cabe duda a aquel que nos observa, que estamos enfadados. Las conductas verbales que suelen aparecer en un momento de ira son más agresivas con respecto a los demás, como gritos e insultos, y también conductas no verbales como miradas amenazantes, ceño fruncido, etc. Los síntomas fisiológicos que aparecen son el incremento de la frecuencia cardiaca, aumento de la presión arterial, y también de la tensión muscular, aceleración de la respiración, entre otros.

Estas activaciones que se producen en nuestro cuerpo nos impulsan a actuar, pero si mantenemos mucho tiempo dichas activaciones o si se repiten con frecuencia, puede llegar a ser perjudicial para nuestra salud.

¿Qué consecuencias tiene?

¿La ira provoca más ira? Cuando se manifiesta dicha emoción, tener los estados fisiológicos comentados en «modo on», provoca más excitación, y, obviamente un organismo excitado tiende más a responder de manera agresiva que uno en calma.

¿Estallar de ira nos hace sentir peor? Inmediatamente después de producirse esa explosión de ira, posiblemente nos sentimos descargadxs, pero lo cierto es que pasado unos minutos, la activación disminuye y comienzan a aparecer los sentimientos de culpa y vergüenza, engendrados por la sensación de haber perdido el control.

¿Estallar de ira nos lleva a conseguir nuestros objetivos? Así es. En las primeras ocasiones que una persona por ejemplo grita para conseguir alguna cosa, logra que los demás le hagan caso, pero a la larga lo que se acaba consiguiendo es que la gente se aleje por miedo o simplemente por protección. Esto puede verse reflejado en nuestras vidas por ejemplo con jefxs que recurren al grito o a las amenazas para ser escuchadxs y obedecidxs.

En muchas ocasiones, la ira viene precedida de una serie de pensamientos erróneos, tales como los “debería” o los pensamientos culpabilizadores. Según nuestras creencias y nuestra forma de ver la realidad, consideramos que los demás deberían actuar de una forma u otra. Damos por sentado, que todxs deben aceptar nuestra visión de las cosas, y que no sea así, provoca nuestro enfado. Por otro lado, cuando algo no va bien a nuestro alrededor, solemos quitarnos el “muerto” de encima y echamos la culpa a los demás o a las circunstancias que se han dado. Esto impide asumir nuestra responsabilidad ante la vida, y dejamos nuestro bienestar en manos de factores externos que no dependen de nosotrxs.

¿Cómo conseguimos gestionarla?

Evitar sentir miedo o tristeza, no es aconsejable, pero sí que es conveniente aprender a gestionarlas. Con la ira ocurre lo mismo. En su versión menos adaptativa puede privarnos a pensar con claridad y puede conducir a comportarnos de manera agresiva.

Obviamente, gestionarla no resulta fácil ya que no podemos elegir cómo nos sentimos ante determinadas situaciones, pero sí que podemos afrontarlas de una forma diferente. Para ello, debemos practicar e incorporar diferentes estrategias que nos ayuden.

Es importante que identifiquemos cuáles son las situaciones que nos provocan ira, así como las conductas que solemos llevar a cabo cuando se manifiesta esta emoción, los pensamientos y las sensaciones físicas que se producen. Cómo en varias ocasiones he dicho, mirarnos dentro, hacer introspección.

Cuando estamos en plena ebullición del volcán de la ira, nos quedamos atrapados en una especie de callejón de pensamientos y actuaciones que nos provocan dolor. Desde ese lugar resulta difícil resolver la emoción. Sin embargo, si le dijésemos hola a esta emoción, para darle la oportunidad de ser escuchada, a pesar de no ser agradable, suele resultarnos de gran ayuda.

Otra estrategia posible sería convertir la parte menos buena, en positiva, con técnicas como la escritura, las practicas deportivas, o alguna que otra afición que no ayude a descargarnos física y mentalmente.

Ante la tendencia de tenerlo todo bajo control, por ejemplo, podemos incluir en nuestra rutina pequeños desórdenes voluntarios, los cuales nos ayudaran con el tiempo a manejar esas emociones, y también nos permitirán adquirir más flexibilidad, es decir, dejaremos de ser tan rígidos con la vida misma.

Otras ideas para lidiar con la ira podrían ser, no esperar demasiado de los demás, ya que tener unas altas y poco realistas expectativas al respecto puede provocarte cierto malestar continuo; aprender a detectar cuando empieza a aparecer la ira; o eliminar el pensamiento de que los demás son y piensan como nosotros. Lo que tu consideras vital en tu vida, para otro puede ser una tontería.

Espero os haya servido de ayuda.

¡Nos leemos!

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