¿Cuántas veces a lo largo de nuestras vidas, nos hemos enfadado con nuestra pareja, nuestra madre, con una amiga, etc.?

¿Cuántas de esas veces ha sido tan solo porque esperábamos que hicieran algo que nosotros queríamos que hicieran y no hicieron?

O, ¿Cuántas de estas veces hemos supuesto algo en lugar de preguntar directamente?

A veces me pregunto, ¿tan difícil es expresarte, decir lo que quieres? ¿Tan difícil es preguntar?

Alguna vez, he podido escuchar a personas decir: “si se lo tengo que pedir ya no lo quiero”. O que le ha dicho lo que quiere, y que cuando la persona lo hace, le dice: “No ahora ya no me sirve”.  Son frases cotidianas, en las que caemos en el tremendo error de creer que los otros tienen el poder de leernos la mente.

Sin ir muy lejos, yo misma, he tenido momentos de enfado y tristeza porque quizás yo necesitaba un abrazo (por poner un ejemplo) y mi pareja no me lo ha dado en ese momento que yo lo necesitaba; por supuesto sin decirle ni mu. Y cuando me he detenido a pensar, me he preguntado: ¿Por qué me enfado con él? Realmente no tiene una bola de cristal, un espejo mágico, una varita o una hada madrina que se le aparezca y le diga lo que yo necesito. ¿Por qué tiene que saber que yo necesito ese abrazo? O mejor dicho, ¿cómo va a saberlo si no se lo digo?

Las suposiciones aparecen constantemente en nuestro día a día. Creemos que sabemos lo que piensa el otro, o que el otro sabe lo que pensamos y queremos. Y además estamos convencidos de que aquello que deducimos es real.

Hacemos suposiciones sobre los pensamientos, emociones o conductas de los demás y luego nos lo tomamos como algo personal, consiguiendo que nos sintamos heridos por algo que quizás no sea tal y como lo hemos interpretado. En ocasiones, nos encerramos tanto en que tenemos la razón, que nos enfrentamos, llegando incluso a destruir relaciones. ¿Cuántas relaciones rotas tan solo por suponer, en lugar de preguntar?

Damos por hecho que todo el mundo tiene nuestras gafas puestas, que todos vemos la vida de la misma forma, que todo el mundo piensa, siente y actúa con nuestros valores y creencias. Y esto dista mucho de la realidad.

Por otro lado, la forma de expresarnos al hacer las peticiones que consideremos, puede variar mucho en cómo el mensaje enviado es recibido. Es decir, no es lo mismo centrarnos en nuestra queja, en aquello que no nos gusta, que centrarnos en expresar lo que nos gustaría. Os pongo un ejemplo para que me entendáis:

1º caso: «¡Nunca me preguntas cuando llego a casa cómo estoy o como me ha ido el día! ¡No te importo lo más mínimo!» (Usando tono enfadado, serio).

2º caso: «Me gusta mucho cuando llego a casa y me preguntas por cómo estoy o por cómo me ha ido el día. Me siento querido cuando lo haces. Me encantaría que lo hicieras más a menudo.» (Usando tono cariñoso).

¿Cómo os sentiríais si por ejemplo vuestra pareja os habla como en la primera opción? ¿Y si lo hiciera como la segunda?

Cuando comunicamos desde la queja realzamos la frustración que nos provoca y por tanto la otra persona puede sentirse atacada, lo que conllevará una posible discusión ante la tendencia que tenemos de defendernos.  

Sin embargo, al comunicar como en la segunda opción, ponemos en relieve nuestras necesidades, y hacemos la petición de una forma más asertiva. Es más fácil conectar emocionalmente con la otra persona desde esta posición, sin necesidad de ataques.

Probablemente, hay mas opciones de que nos reciban preguntándonos como estamos si nuestra petición se realiza como en la segunda opción. Aunque esto no quiere decir que todas nuestras peticiones, por el mero hecho de comunicarlas así, vayan a ser aceptadas.

Asi que, ¡Habla! ¡Exprésate! ¡Verbaliza lo que sientes, piensas o necesitas! ¡Conversa! ¡Dialoga!, en definitiva ¡COMUNÍCATE!

Abre la boca para que te escuchen y te entiendan. Habla para que los demás también se expresen. No recrimines. Deja paso a la empatía, a la escucha, a la comunicación.

¿Estáis preparados para el cambio?

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