La paradoja de querer cambiar sin cambiar

A veces queremos un cambio, pero no sabemos por dónde empezar. O sabemos por dónde empezar, pero no lo hacemos. Millones de veces nos decimos a nosotros mismos que queremos cambiar de empleo, que quiero hacer algo que realmente me guste, que queremos ganar mas, o como mínimo lo mismo, aunque con mejor calidad de vida, etc.

Si nos paramos a pensar, es el deseo continuo de cambio pero sin cambio. Es como si quisiéramos cambiar nuestra vida pero sin mover un dedo, esperando que llegue nuestra hada madrina con su varita mágica y convierta nuestras vidas en vidas de ensueño. E incluso nos montamos preciosas películas en nuestra cabeza justificando el porqué de nuestro no cambio.

Obviamente nadie dice que hacer un cambio en tu vida sea moco de pavo, como decimos por mi tierra. Cambiar una conducta por otra, una actitud por otra o una creencia por otra, no es tarea fácil, ya que ello conlleva una pérdida.

¿Por eso nos cuesta cambiar? Si. Se dan diversas circunstancias que hacen que podamos decidir seguir donde estamos. Por ejemplo, un cambio puede implicar que estoy haciendo algo mal y por ello debo cambiarlo. Sin embargo, nadie asegura que aquello por lo que lo cambio vaya a ser mejor. Por otro lado, hay personas que se plantean que cambiar, conlleva dejar de ser quien eres, perder tu identidad, lo que supone la aparición del miedo, y también el miedo a cómo reaccionará tu circulo cercano a ese cambio. Incluso ante la necesidad de cambio pueden venirnos preguntas como “si cambio, ¿será mejor?, ¿será peor? ¿o mejor me quedo como estoy?”.  Muchas veces no lo tenemos claro. Sin embargo, hay veces que estamos decididos a cambiar y no podemos, algo nos lo impide.

¿Estamos entonces 100% decididos a cambiar?

¿Qué estas dispuestx a perder para conseguir el cambio?

A veces lo que nos ocurre es que no estamos comprometidos con ese cambio, a pesar de saber que es necesario porque no estamos bien tal cual estamos. Pero puede ocurrir que ese “no estar bien”, aún sea soportable, lo que implica que vayamos atrasando la idea de cambio.

Por ejemplo: “Mi trabajo no me gusta, pero voy tirando”. Podemos plantearnos querer trabajar de algo que nos haga feliz, que nos haga sentirnos realizadxs profesionalmente, que gane más dinero, etc. Es decir, podemos desear continuamente un cambio, pero sin cambio. En estos casos no estamos dispuestos a perder nada y nos pasamos el tiempo justificándonos el porqué del no cambio: la crisis laboral, apenas hay ofertas de lo que me gusta, hay mucha competencia, etc.

¿Qué pasa aquí?

Pues que arrancamos a andar por el camino más fácil ya que el esfuerzo que implica el cambio es mayor que el hecho de continuar con ese malestar, aún soportable.  

Es decir, nos sentamos en nuestro cómodo sillón, lo que llamamos la zona de confort.

Y tú, ¿estás sentado en tu zona de confort? ¿En qué te refugias para no afrontar el cambio?